Si estáis leyendo esto, seguro que conocéis el famoso Índice de Masa Corporal (IMC). Pero ¿sabéis qué significa realmente? ¿Cuál es su origen? ¿Para qué usos fue creado? ¿Qué relación guarda con la salud? ¿Cómo ha contribuido al estigma de peso?… Estas son algunas de las cuestiones que intentaremos responder en este artículo. Vamos a desmenuzar el IMC para bajarlo de su pedestal y evidenciar el daño que ha hecho a millones de personas en el mundo independientemente de que sufran o no un trastorno alimentario. Este es un tema peliagudo lleno de interpretaciones y asunciones erróneas así que ¡manos a la obra!

1. ¿Qué demonios es el IMC?

El IMC es el valor matemático proveniente de la relación entre el peso y la altura de una persona (se divide el peso entre su altura al cuadrado). En función del resultado se clasifica a la persona en una de estas categorías: bajo peso (IMC < 18,5), peso normal (IMC = 18,5-24,9), sobrepeso (IMC = 25-29,9) y obesidad (IMC > 29,9). Dentro de esta categoría también se establecen tres rangos de obesidad: Obesidad Tipo I (30-34,9), Obesidad Tipo 2 (35-39,9) y Obesidad Tipo III (> 40). Una vez categorizada la persona, el IMC se utiliza para determinar su estado de salud.

Os avanzamos que la relación entre peso y altura no puede constituirse por sí misma como un indicador de salud. ¡Ojalá fuera así de fácil! Con lo complejo que es un ser humano. ¿No rechina el hecho de que el sistema sanitario siga utilizando el peso como principal criterio de salud? Pero vayamos por partes, primero debemos conocer en profundidad cuándo, cómo y por qué nace la fórmula matemática del IMC.

2. ¿Cuándo nació el IMC?

El IMC vino al mundo como Índice de Quetelet ya que fue este matemático quien lo inventó en 1832. Adolphe Quetelet fue un astrónomo, matemático, sociólogo, naturalista y pintor belga. Se cree que su interés por las mediciones humanas nació de su pasión por la pintura y el deseo de dibujar formas humanas proporcionadas. En París trabajó como profesor de matemáticas y aprendió mucho sobre ciencia y astronomía. En su obra intentó definir al homme moyen (hombre promedio). Es dentro de este gran análisis social que nació la fórmula del IMC.

Para obtenerla realizó cálculos en base a unas tablas de valores de grupos de distintas edades con sus pesos y alturas, todos centroeuropeos: las de los niños las obtuvo de alumnos de escuelas y orfanatos; las de adultos jóvenes de colegios y escuelas de medicina y las de los ancianos de un hospicio en Bruselas. En estas tablas los individuos estaban agrupados por edades pero se desconocía el número de personas en cada grupo, lo cual es un importante error de partida. Tampoco entraremos en detalle pero Quetelet simplemente observó la relación de pesos máximos y mínimos con la altura en los distintos sexos y edades y a partir de aquí sacó unas proporciones constantes que le llevaron a la fórmula que adoptó su nombre y hoy se conoce como IMC (Puche, 2005).

Quetelet dejó claro en su momento que la fórmula no debía usarse como medidor de salud ni tampoco para establecer el nivel de grasa corporal de una persona pues en esta fórmula no se tenía en cuenta ni la masa ósea ni la muscular, así como tampoco otros factores como la edad, otros tantos aspectos genéticos o epigenéticos de los humanos y algo clave, los hábitos y las condiciones ambientales donde viven.

Ancel Keys (el mismo fisiólogo que realizó el maravilloso experimento de Minnesota que podéis leer aquí) adoptó esta fórmula matemática en 1972. Cambiando su nombre por el de Body Mass Index, la estableció como medidor de masa corporal por la necesidad de disponer de un método rápido, sencillo y barato para medir la composición corporal de la población pues la “obesidad” había aumentado.

En 1998 la Organización Mundial de la Salud (OMS) adoptó la fórmula del IMC y estableció nuevos baremos para el diagnóstico de la composición corporal individual. Y de nuevo en 2004 se hicieron nuevas subdivisiones dentro de cada categoría.

Surgen, entonces, múltiples preguntas: ¿De dónde vino la necesidad de categorizar a la población atendiendo exclusivamente a su peso y altura para determinar después si estaban sanos o no? ¿Tienen estas clasificaciones base científica y son resultado de estudios rigurosos? ¿Existen intereses ocultos? ¡Vamos a descubrirlo!

3. ¿Cuándo, cómo y por qué se crearon las categorías de infrapeso, normopeso, sobrepeso y obesidad?

Recordemos que ni Quetelet ni Keys plantearon el IMC como medidor de salud individual. El primero pretendía que fuera una herramienta de estudio poblacional y el segundo corroboró esto en su artículo publicado en la Journal of Chronic Diseases en 1972: “en ningún caso es una medida apropiada para mediciones particulares”.

Keys intentaba ver cuánto había aumentado el peso promedio de la población en el siglo XX. Si bien es cierto que a lo largo del siglo pasado la población aumentó de peso, este dato no dice nada acerca de las posibles causas de dicho aumento. Los promotores de la cultura de la dieta dirían que esto se debe a comer mal o en exceso y pasarnos la vida en el sofá. Pero la realidad es que ese aumento del IMC a nivel poblacional no dice nada de sus causas. De hecho, una explicación alternativa es que ese aumento sea resultado de la propia industria de la dieta; sí de la misma “mano maligna” que impuso el IMC como medidor de salud para sacar tajada de ello. ¿Creéis que existiría la industria de la dieta sin el sistema de creencias que la soporta basado en el IMC, la gordofobia y el nutricionismo?

¿Suena retorcido, verdad? Nos explicaremos: en las primeras décadas del siglo XX, farmacéuticas, aseguradoras, compañías de productos o servicios para adelgazar y productos light… comenzaron a hacer creer a las personas que lo mejor que podían hacer por su salud y bienestar era adelgazar. Para conseguirlo animaron a comer poco, tomar pastillas adelgazantes, hacer ejercicio extenuante, consumir productos bajos en calorías, practicar ayunos… Vaya, ¡vendían la idea de que la solución a los problemas de la vida era adelgazar! Como sabemos, cualquier dieta y restricción forzada es una amenaza para nuestros cuerpos así que se resistirán y lucharán por mantener su peso o incluso aumentarlo para estar preparados ante eventuales “hambrunas” futuras (Stone, 2013).

Y así ocurrió, ya fuera aumentando la sensación de hambre, ralentizando el metabolismo, generando deseos por comer todo lo “prohibido”, por un aumento de cortisol, por trabajos físicamente menos demandantes, por menor acceso a alimentos frescos en las urbes… la sociedad aumentó de peso y se creó la situación perfecta para que los “negocios de la dieta” entraran en el juego acusándonos de débiles, glotones, adictos a la comida y avergonzándonos de nuestros cuerpos. Al mismo tiempo estos negocios auspiciados por algunos científicos asociaban de manera proporcional el número de kilos en la báscula al número de boletos para múltiples enfermedades, con el fin de vender a mansalva sus productos y servicios milagrosos (Dooner, 2020).

La primera vez que el IMC se usó para medir la salud fue en 1956 por una compañía de seguros estadounidense para justificar la subida de tasas a los asegurados, lo que fue muy criticado (ni Keys en 1972 aceptaba el IMC como medición individual). Sin embargo, a pesar de las reticencias, el IMC era un cálculo tan sencillo y barato que en 1985 los Institutos Nacionales de Salud lo adoptaron y en 1998 la OMS presidida por F. Xavier Pi-Sunyer confió en la International Obesity Taskforce (IOTF) para reconsiderar las categorías de peso.

¿Sabéis quiénes eran los dos principales financiadores de la IOTF? ¡Las compañías farmacéuticas que tenían los únicos medicamentos para adelgazar en el mercado! Resultado: los límites del IMC se cambiaron a capricho de la industria de la dieta y de un día para otro 29 millones de estadounidenses pasaron de estar en un IMC de normopeso (hasta entonces 27,8) a entrar en las categorías de sobrepeso u obesidad y entonces su salud peligraba muchísimo más que la noche anterior (Bacon & Aphramor, 2011; Campos, 2004).

Parece una broma de mal gusto, ¿verdad? Por no decir que numerosos estudios avalan que los IMC altos se relacionan con menor índice de mortalidad y que la pérdida de peso por restricción o sobreentrenamiento deriva en peor salud, elevados niveles de cortisol (hormona del estrés), inflamación general y en consecuencia aumenta el riesgo de mortalidad y morbilidad (Stone, 2013). Asimismo, la categoría de infrapeso tiene el mayor índice de mortalidad que cualquier otra categoría de IMC (sí, inclusive las más elevadas). Y por desgracia, hoy en día vamos a la consulta médica y casi lo primero es subirnos a la báscula y en función del número decirnos cuán sanos estamos. Entonces, ¿podemos considerar el IMC como un indicador de salud? A esta alturas seguro que conocéis la respuesta, pero vamos a los hechos y los argumentos.

4. ¿El IMC es un medidor de salud?

La gordofobia y el estigma del peso están tan presentes y normalizados en nuestra cultura que ni los profesionales de la salud son conscientes de ello. Cuando los científicos se encuentran frente a un estudio, ser imparcial es complicado ante estos condicionantes y no sólo por los sesgos cognitivos y prejuicios. Los datos pueden interpretarse de diferentes formas pero pocos científicos y profesionales estarán dispuestos a ser neutrales y objetivos si eso implica ir contracorriente, es decir, contra el statu quo.

Sólo hay que echar mano de la historia para saber qué les ocurrió a todos aquellos cuyas teorías contradijeron el pensamiento científico establecido: Newton con su Ley de la Gravedad fue acusado de hereje, Galileo con su heliocentrismo fue juzgado por la Inquisición o Darwin con su teoría de la selección natural de las especies recibió críticas de todo tipo. Pues bien, la mayoría de las investigaciones relacionadas con el IMC fueron financiadas por las compañías farmacéuticas y otros agentes de interés de la industria de la dieta, las mismas que a su vez inyectan dinero a médicos e instituciones sanitarias para que actúen en su beneficio. ¿Quién es el valiente que les lleva la contraria? Mmm… pues nosotras mismas: ¡El IMC es una mierda!

Afortunadamente no estamos solas en esta campaña ya que cada vez son más los médicos, profesionales y científicos críticos con el IMC, planteando que no es un indicador válido y fiable de salud. Queremos destacar las palabras del Prof. Shmerling de la Universidad de Harvard (2016):

“Es importante reconocer que el IMC en sí mismo no mide la salud o un estado fisiológico (como la presión arterial en reposo) que indica la presencia (o ausencia) de la enfermedad. Es simplemente una medida de tamaño corporal. Muchas personas tienen un IMC alto o bajo y son saludables y, por el contrario, muchas personas con un IMC normal no son saludables. De hecho, una persona con un IMC normal que fuma y tiene un importante historial familiar de enfermedad cardiovascular puede tener un mayor riesgo de muerte cardiovascular temprana que alguien que tiene un IMC alto pero es un no fumador físicamente apto.”

Por desgracia estas críticas no han sido suficientes para que los profesionales de salud se replanteen sus intervenciones, así que el IMC sigue siendo el indicador de salud más empleado a pesar de fallar más que una escopeta de feria. La cuestión es: ¿Por qué deberíamos enterrar el IMC para siempre? No son pocos los argumentos, a continuación os planteamos los principales:

– El IMC no tiene en cuenta la genética. Nació a raíz de datos de población belga; distintas edades y sexos sí, pero sólo belga. Ahora bien, por poner un ejemplo, ¿qué tienen que ver un hombre belga de 170 cm de 20 años, un hombre keniata de 190 cm de 40 años y una mujer japonesa de 150 cm de 80 años? ¿Qué sentido tiene compararlos en base a una fórmula estándar que sólo considera su altura y su peso corporal?

– El IMC no considera la composición corporal. No diferencia entre músculo, hueso y grasa. Grandes deportistas pueden ser clasificados en el rango de “obesidad” porque poseen mucha masa muscular y en cambio sus niveles de grasa son bajos. Lo mismo con gente que nace con una estructura ósea más grande. El IMC tampoco atiende a la distribución de la grasa si es visceral o periférica.

– El IMC omite parámetros de salud directos como presión arterial, colesterol, triglicéridos, azúcar en sangre, resistencia a la insulina, niveles de estrés, estado hormonal, capacidad cardiorrespiratoria, perfil inmunológico… elementos todos fundamentales para valorar el estado de salud.

– El IMC ignora los hábitos y conductas que promocionan la salud. Una persona con un IMC de 30 puede ser activa, no fumar, tener buenas relaciones sociales, comer variado y simplemente tener un cuerpo más grande mientras que otra con un IMC de 19 puede ser fumadora, dormir poco y sufrir estrés crónico. ¿Quién estará más sana según el IMC? Sin comentarios.

“Estudios epidemiológicos raras veces atienden a factores como la aptitud física, la actividad, el tabaquismo, los hábitos de alimentación, los ciclos yo-yo o el nivel socioeconómico cuando asocian peso y enfermedad. Sin embargo, todos juegan un papel. Cuando se estudian estos factores el incremento de riesgo de enfermedad desaparece o se reduce significativamente. Lo que sí es probable es que si se analizan estos factores, son éstos los que contribuyen a un mayor riesgo de enfermedad o también de peso” (Bacon, 2008).

– El IMC ignora el efecto de las dietas y la restricción sostenida. Un IMC más bajo resultado de dietas y restricciones voluntarias se traduce en hábitos desordenados y un estrés importante para el cuerpo por lo que esa persona tendrá peor estado de salud que otra con un IMC superior pero con una relación normalizada con la comida.

– Las personas con IMC altos tienen mayor esperanza de vida. Numerosos estudios evidencian la llamada paradoja de la obesidad: “a pesar de que el riesgo de ciertas enfermedades aumenta con el aumento del IMC más allá de un cierto límite, las personas tienden a vivir más tiempo en promedio cuando su IMC es un poco más alto” (Shmerling, 2016). Igualmente las personas en el rango “Obesidad 1” no presentan un mayor índice de mortalidad. De hecho, lo que puede hacer que estas personas empeoren su salud es hacer dieta. En contraste, como hemos mencionado antes, las personas en la categoría de infrapeso son las que presentan mayor riesgo de mortalidad.

– El IMC no considera el estado de salud metabólica. Muchas personas situadas en la categoría de sobrepeso y obesidad poseen un metabolismo sano aunque esto no interese a las compañías de seguros o los negocios de la dieta. En 2016 la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición (es una muestra representativa estadounidense donde las personas son evaluadas sobre su IMC y salud) arrojó las siguientes conclusiones:

“Unos 34,4 millones de los más de 70 millones de estadounidenses clasificados con sobrepeso por el IMC estaban perfectamente sanos. Eso es 47%. Las posibilidades de que el IMC sea un buen predictor no son más fiables que lanzar una moneda al aire. Y el 29% de los estadounidenses clasificados como obesos bajo el IMC también estaban sanos. Si se suman esos números, significa que más de 54 millones de estadounidenses sanos serían penalizados injustamente según las normas de la Comisión de Igualdad para el Empleo de los EEUU” (Tomiyama et al., 2016).

– El IMC no debería tenerse en cuenta para los niños ni para la etapa de la pubertad. Durante este periodo de crecimiento los cambios corporales son normales y necesarios. Por ejemplo, las niñas tienden a aumentar su porcentaje graso en previsión de convertirse en mujeres fértiles. Esto se traduciría en un IMC más alto pero no significa mala salud.

– El IMC no considera el impacto del estigma de peso. La mayoría de los estudios que asocian IMC con resultados de salud no miden el estigma de peso. Es un hecho que el estigma de peso (i.e., actitudes negativas, rechazo y discriminación basada en el peso o tamaño corporal) afecta a la salud física, mental y emocional de la persona que lo sufre (Tomiyama, 2014). El estigma de peso se asocia a aumento del cortisol, inflamación generalizada, alteraciones en el apetito y el hambre, menor motivación por hacer ejercicio y acudir a consulta médica (por el body shaming), ganancia de peso y dificultad para perderlo, etc. Sentirse aceptado es una pieza clave para la salud, así como tener buenas relaciones sociales. Si las personas son discriminadas y avergonzadas por su peso, tendrán menos posibilidades de gozar de buena salud. Pero no por su peso sino por el estigma social asociado al mismo (Tomiyama, 2014).

Estos son solo algunos de los argumentos por los que el IMC debería desterrarse como medidor de salud. No entraremos en debatir los determinantes contextuales y ambientales (sociales, económicos, ecológicos…) de la salud individual ya que en vez de un artículo esto se convertiría en una novela. Para una discusión profunda del concepto de salud, recomendamos el libro “Health at Every Size” de Lindo Bacon (2008). Vamos ahora a la pregunta del millón. Si el IMC no sirve, ¿cómo puedo saber si mi peso es saludable?

5. La teoría del Set Point.

El peso saludable es aquel en el que tu cuerpo se siente a gusto y se llama set point (punto de ajuste). No es un número exacto, es un rango o intervalo de peso (2-5 kilos arriba y abajo aproximadamente) en el que el cuerpo funciona de manera óptima. El set point viene determinado en gran medida por nuestra genética aunque también existen factores ambientales y epigenéticos que pueden influir.

Cada persona tiene un set point concreto igual que tiene una altura concreta, un color de ojos distinto, pelo rubio, moreno o pelirrojo… Lo regula el hipotálamo, que se encargará de mantenerlo estable: cuando vea que falta energía lanzará señales para aumentar la leptina (hormona del hambre) y ralentizar el metabolismo (ahorrar energía) y a la inversa cuando perciba un exceso de energía, la leptina disminuirá y el metabolismo se acelerará. Por ejemplo, ¿habéis observado qué pasa cuando una persona hace dieta? Tras la luna de miel inicial esa persona tiende a sentirse cansada, moverse menos, sentir más frío, irritabilidad o cambios de humor y sobre todo hambre. Si es mujer, también puede perder el ciclo menstrual o sufrir alteraciones en el mismo. Y al revés también, ¿qué sucede cuando comes mucho? Tiende a aumentar la energía, sientes más calor y menos hambre. ¡Es el hipotálamo trabajando! Es maravilloso, no tenemos que hacer nada, es nuestro cuerpo el que nos mantiene sanos.

La lástima es que no sólo a las personas con un trastorno alimentario les cuesta mucho aceptar su set point natural, sino que gracias a la cultura de la dieta y al ideal de delgadez muchas personas se rebelan contra su set point y luchan por modificarlo. Suena un poco idiota ya que no luchamos contra nuestra altura o número de pie, pero sí nos sometemos a dietas, restricción y demás medidas para bajar el peso en el que nuestro cuerpo quiere estar.

Sentimos deciros que esa batalla la tenéis perdida. Si actuáis contra vuestro set point, vuestros cuerpos no se quedarán quietos sino que lucharán por mantenerse en ese rango de peso ya que son más listos que la mente y saben que es donde deben estar para funcionar adecuadamente. Ese rango de peso no es un capricho del cuerpo, es algo con lo que hemos nacido, una característica más que nos define. ¡Es pura biología!

Ojo, es una batalla perdida querer bajar por debajo de nuestro set point pero también incrementarlo, lo que pasa es que hoy en día lo habitual es lo primero. Uno de los mayores miedos de una persona con un desorden alimentario es “engordar y engordar sin parar” pero el cuerpo no es tan idiota como para querer comer y comer y comerse así mismo hasta reventar. ¡No tiene sentido! ¡Quiere vivir! En cambio, cuando empezamos una dieta no tenemos miedo a “adelgazar y adelgazar hasta desaparecer”. En realidad este miedo es igual de absurdo.

El caso es que como cada uno tiene un rango de peso predeterminado, mantenerte en un peso inferior sólo se puede dar a cambio de comprometer tu salud global. ¿Pero tener un porcentaje excesivo de grasa en el cuerpo no favorece el desarrollo de algunas enfermedades? Bueno, esto se debería tomar con matices y en combinación con otros muchos marcadores de salud. En cualquier caso, prescribir una dieta restrictiva como solución a un porcentaje excesivo de grasa corporal es condenar a la persona a ciclos de ganancia y pérdida de peso que pueden empeorar su estado de salud. Recordemos, ¡las dietas provocan daños físicos y mentales muy graves! Ante un estado de enfermedad, el peso no debe ser el foco ni el propósito de la intervención sino los marcadores reales de salud ya que el peso no es el problema. La salud humana es mucho más compleja que eso y no podemos reducirla al tamaño del cuerpo.

“Tu salud y longevidad dependen no sólo de la genética sino también de cómo tu genética particular interactúa con lo que comes, bebes y haces así como con el entorno social, cultural, ambiental y económico en que vives” (Nestle & Nesheim, 2012).

Entonces… ¿Qué alternativas tenemos al IMC para valorar el estado de salud de una persona?

6. HAES: Salud en todas las tallas.

Como hemos repetido a lo largo del artículo: el peso no determina si un individuo está sano o enfermo. La salud es algo que no podemos controlar al 100% incluso cuando se dan las condiciones más favorables para que el individuo goce de salud. Todos conocemos casos de personas con cáncer, artritis, infartos repentinos, hipertensión, diabetes tipo-2 o enfermedades neurodegenerativas, por poner algunos ejemplos, que llevaban un estilo de vida saludable, tenían cuerpos normativos y acceso a buenos tratamientos médicos. ¿Por qué enferman?

Precisamente porque la salud humana es compleja y multifactorial y no depende solo del individuo y de lo que decide comer o ejercitarse. Hay multitud de factores que escapan de nuestro control y otros que sí podemos mejorar como trabajar la relación con nosotros mismos y nuestros cuerpos. El respeto corporal, la auto-aceptación y la auto-compasión también son salud y de hecho son la base para fomentar otros hábitos que promueven la salud física. ¿Cómo voy a practicar ejercicio placentero cuando odio mi cuerpo y me avergüenzo de él? La salud se puede promover en todos los cuerpos y en todas las tallas si así lo desea la persona. Esto es lo que promueve el enfoque de salud HAES. Si os interesa conocer más sobre qué es HAES podéis leer aquí y aquí.

“Un creciente movimiento interdisciplinario llamado Health at Every Size (HAES) cambia el enfoque del control de peso a la promoción de la salud. La intención principal de HAES es apoyar mejores comportamientos de salud para personas de todos los tamaños sin utilizar el peso como mediador. La pérdida de peso puede o no ser un efecto secundario” (Bacon, 2008).

Os preguntareis entonces cómo podríamos mejorar nuestro estado de salud , aquí van unas claves:

  • Establecer relaciones y vínculos con personas que aporten bienestar y nutran el alma.
  • Concentrarse en objetivos que den sentido a la vida a largo plazo: ¿Realmente ser flaca es uno de ellos?.
  • Dar a la comida el justo papel que merece en la vida: es aquello que nos da energía y que nutre el cuerpo, el alma y el espíritu. Es también aquello que compartimos con los nuestros, que nos une y nos da vida. No os prohibáis nada, explorad con curiosidad y escuchad a vuestro cuerpo. Probad, repetir, experimentar y confiar, sobre todo confiar. Y encontraréis el equilibrio y la flexibilidad.
  • Mover el cuerpo desde el placer: no moverse para quemar calorías, reducir el cuerpo o moldearlo sino activarlo, disfrutar y llenaros de energía. Busca el movimiento infantil como fuente de inspiración, libre y sin presiones.
  • Descansar lo que el cuerpo necesite, dormir y disfrutar del placer de “no hacer nada”, según las posibilidades de cada uno.

Todas esas pautas pasan por hacer las paces con el cuerpo. Sólo en esa armonía podremos mejorar nuestra salud. Un trastorno alimentario, por ejemplo, consigue que odiemos nuestros cuerpos, que no los aceptemos y los queramos modificar.

Un problema grave se plantea cuando por fin vemos la luz, queremos recuperarnos y acudimos a profesionales de la salud. Nos enseñan la tablita del IMC y nos dicen: “alcanzando y/o manteniendo el peso X estarás recuperado”. ¿Qué ocurre a continuación? Aceptamos ese número como el objetivo para estar “sanos” y no queremos ni un gramo más. Nos obsesionamos con ese peso y seguimos en guerra con nuestros cuerpos para que se ajuste al mismo porque es probable que tu cuerpo no quiera ese peso establecido arbitrariamente (recordad el set point). Sólo el 4% de la población se ubica naturalmente en un IMC de 18,5 a 20,9 mientras que el 70% se encuentra en el rango de 21 a 27 (Campos, 2014). Por pura estadística, ¿dónde es más probable que se ubique nuestro cuerpo?

Conclusión

Una recuperación completa como defendemos en este blog (podéis leer aquí y aquí) pasa por restaurar y mantener el peso natural o set point para vuestro cuerpo único e irrepetible, con todos los beneficios que esto tiene para vuestra salud como regulación de la temperatura corporal, recuperación del ciclo menstrual (en mujeres), equilibrio hormonal, retorno al metabolismo normal, normalización de los ciclos de sueño y niveles de energía, etc. Pero más importante todavía: una recuperación pasa por aceptar ese peso natural y que no afecte lo más mínimo a la hora de medir la valía personal, decidir lo que se come o vivir la vida deseada. En definitiva, cuando estás recuperada sabes que tu salud y tu valor no se reducen a un número y que no estás dispuesta a traicionar tu alma por una puñetera fórmula matemática creada en el siglo XIX.

Este artículo ha sido elaborado en colaboración con mi querida amiga, maravillosa persona y admirada guerrera, Miriam Fernández. Si encontráis reseñas históricas en este artículo, proceden de ella.

Referencias

  • Bacon, L. (2008). Health at Every Size. BenBella Books.
  • Bacon, L., & Aphramor, L. (2011) Weight science: Evaluating the evidence for a paradigm shift. Nutrition Journal.
  • Campos, P. (2004). The Obesity Myth. Gotham Books.
  • Donner, C. (2020). Al Diablo con las Dietas. Editorial Urbano.
  • Keys, A. (1972). Indices of relative weight and obesity. Journal of Chronic Diseases, 25(6): 329-343.
  • Nestle, M. & Nesheim, M. (2012). Why Calories Count: From Science to Politics. University of California Press.
  • Puche, R. (2005). El índice de masa corporal y los razonamientos de un astrónomo. Laboratorio de Biología Osea, Facultad CC. Médicas, Universidad Nacional de Rosario.
  • Shmerling, R.H. (2016). How useful is the body mass index? Harvard Health Publishing.
  • Stone, M. (2013). Diet Recovery. Restoring hormonal health, metabolism, mood, and your relationship with food.
  • Tomiyama, A. (2014). Weight stigma is stressful. A review of evidence for the Cyclic Obesity/Weight-Based Stigma model. Appetite, 82(1): 8-15.
  • Tomiyama, A., Hunger, J., Nguyen-Cuu, J. et al. (2016). Misclassification of cardiometabolic health when using body mass index categories in NHANES 2005–2012. Int J Obes 40, 883–886.