Finales de 2020. Muchas personas en el mundo, incluidos los profesionales de salud, siguen pensando que los trastornos de la conducta alimentaria (TCA) son “cosa de chicas”. Obviamente, esto es un falso mito resultante de los prejuicios que existen sobre los TCA.
Datos actualizados a nivel mundial indican que una de cada tres personas con un TCA se identifica a sí misma como hombre (ej., Costin, 2007; Striegel-Moore & Bulik, 2007; Mitchison et al., 2014; Mitchison & Mond, 2015). Los TCA tienen múltiples presentaciones y van más allá de las imágenes reduccionistas que todos tenemos en nuestras retinas acerca de la anorexia y la bulimia nerviosa. Ortorexia, vigorexia, trastorno por atracón, pregorexia, trastorno restrictivo-evitativo de alimentación y otras formas de relación desordenada con la comida que sin llegar a cumplir con los criterios diagnósticos de una determinada categoría del DSM-V (2013) generan sufrimiento en la persona, mermando notablemente su calidad de vida.
Es hora de romper con creencias, estereotipos y estadísticas obsoletas y empezar a hablar de la realidad de los TCA. Este artículo está particularmente dirigido a aquellos que siguen presos del estigma de género relativo a los TCA y necesitan actualizar su comprensión en la materia. Lo he escrito junto a Mario: un joven de 21 años, estudiante de filología hispánica, amante de la literatura y el teatro, defensor de la escritura como técnica terapéutica y superviviente de un TCA. Mario sabe bien lo que significa ser un hombre con TCA en nuestra sociedad y por ello lucha por concienciar sobre estos trastornos que se pueden dar en cualquier persona con independencia de su sexo o género.
A continuación, presentamos el artículo basado en la historia de Andrew Walen, Fundador y Director de The Body Image Therapy Center y Asesor Senior para la National Eating Disorders Association. Podéis leer la historia original en inglés aquí.
La Historia de Andrew
Andrew tardó 20 años en conseguir ayuda para su trastorno alimentario: “Los signos estuvieron ahí todo el tiempo: alteración de la imagen corporal, restricción, ejercicio compulsivo, preocupación por la comida, atracones, culpa, vergüenza, depresión, ansiedad y cosas por el estilo. Vi terapeutas y médicos en Baltimore, Boston y Nashville. Algunos trabajan en centros de tratamiento de reconocida fama mundial, pero ninguno hizo un diagnóstico. Yo era hombre, lo que parecía significar que estaba simplemente deprimido.”
En ningún momento, los especialistas adjudicaron a Andrew la posibilidad de sufrir un TCA sino que optaron por diagnosticarle una depresión en lugar de un trastorno alimentario.
Con 30 años Andrew encontró a alguien que entendió su lucha. Ese alguien no era otro que él mismo. Estaba estudiando un master para trabajar como trabajador social clínico. Al hablar sobre trastornos alimentarios con sus compañeros de clase, le quedó claro que los pensamientos y comportamientos relacionados con el trastorno alimentario comenzaron a los 10 años, cuando se convirtió en objetivo habitual del acoso escolar. Andrew pasó gran parte de su pre-adolescencia refugiándose emocionalmente en la comida y el resultado fue un aumento de peso que atrajo aún más las burlas de los compañeros de escuela. Poco tiempo después, empezó a hacer dietas milagro, iniciando conductas compulsivas y más restricciones.
Las burlas que recibió durante su adolescencia incluían insultos y bromas pesadas por su cuerpo. Andrew explica cómo en su etapa en el instituto fue ridiculizado por desarrollar senos masculinos: “Me apodaron el tetas en el equipo de natación de mi escuela secundaria.”
En el último año de instituto, los ciclos de atracones-restricciones se asociaban cada vez más a su mala imagen corporal, desregulación emocional y baja autoestima. “Me pesaba a diario, luego varias veces al día y después iba al baño para ver si cambiaba el número. Sin embargo, la fijación no estaba en la pérdida de peso.” Su verdadera fijación era si sería lo suficientemente masculino.
Andrew cuenta que sus padres querían lo mejor para él pero en lugar de decirle que estaba bien tener el cuerpo que tenía, le animaban a perder peso y pasar más tiempo en el gimnasio. También aclara que su madre desarrolló anorexia con 12 años y luchó toda su vida. En cambio, su padre tuvo que aprender a ser el “chico duro” para ganarse el respeto. Así, revela la imagen que ha creado la sociedad sobre la masculinidad: “ser hombre significa ser duro, macho, fuerte e impulsivo”. Esa imagen ruda de su padre y el repudio hacia el cuerpo débil le afectó mucho.
“Me afectó una doble dosis de predisposición genética y aculturación estética. No quería ser delgado, pero quería ser como mi padre. Quería bíceps redondos, mandíbula fuerte, cuerpo de nadador y ser visto como alguien deseable por las mujeres. Quería ser la definición de masculino que veía en las revistas de mi madre y en los anuncios de ropa interior.”
Durante años Andrew trató de obligar a su cuerpo a ser algo que no estaba destinado a ser. Y como no podía lograr lo inalcanzable, se etiquetó a sí mismo como débil, inútil y gordo, términos que se reproducían en bucle en su cerebro. Desgraciadamente sus terapeutas seguían diciéndole que estaba deprimido y que debía hacer más ejercicio y comer más sano, lo que alimentaba aún más su TCA.
Andrew concluyó que necesitaba ayuda para algo más que una depresión, pero no existían programas de tratamiento que le aceptaran por ser hombre: “Ningún grupo de apoyo me dejaba participar porque era hombre y el resto mujeres”.
“Encontré un par de centros de salud y solo uno pudo trabajar con mis limitaciones financieras. Tuve que hacer mi propio camino para improvisar recursos de tratamiento, explorando en la incipiente Internet, para encontrar a alguien que se pareciera a mi experiencia. Encontré algunos libros y artículos, pero poco más. El camino hacia la recuperación lo tuve que forjar por mi cuenta.”
Andrew comenta que a lo largo de su carrera aprendió lo común que es su experiencia: “Los hombres sufrieron trastornos alimentarios, pero fueron mal diagnosticados o se les negó la atención. También fueron de algún modo “castrados” por compañeros y seres queridos, a menudo con intenciones divertidas pero dañinas, con críticas a “no ser suficiente hombre”. A otros se les dijo: coman sano y hagan ejercicio aunque sufran. O se les decía que el atracón era normal, no hay que preocuparse por ello eso es de niñas; y purgar es normal, los luchadores lo hacen para controlar su peso”.
Hace hincapié en un hecho incipiente: “Los gimnasios están llenos de hombres que normalizan el ejercicio compulsivo, la obsesión por el tamaño, la definición y las venas de los músculos, el abuso de sustancias que mejoran el rendimiento y la masa muscular. Nuestra expresión de comportamiento varonil normaliza la patología del trastorno alimentario.”
¿Por qué vemos tan pocos hombres en tratamiento?
Los hombres también desarrollan trastornos alimentarios. Las últimas estadísticas revelan cómo afecta a millones de hombres sólo en Norte-América todos los años. Sin embargo, muy pocos son debidamente evaluados y diagnosticados. A menudo sus comportamientos se consideran “normales” en la cultura popular; las historias que leen online van de “ser el único hombre en un programa o centro de tratamiento” y sentirse raro, diferente y el otro; y en la cultura hiper-masculina y hetero-patriarcal donde vivimos, a menudo los hombres evitan parecer débiles, femeninos, frágiles o gais.
¿Qué podemos hacer?
En primer lugar, reconocer que existe una diferencia de lenguaje cuando hablamos de trastornos alimentarios que ignora una de las principales fijaciones de los hombres. Muchos hombres no ven que sus conductas del TCA encajen en la obsesión por la delgadez. Para ellos, se trata más de buscar la masculinidad construida y definida por el poder, la fuerza, la ambición, la excepcionalidad y las normas físicas. Es importante reconocer que los hombres también tienen sentimientos profundos, pero a muchos ni siquiera se les da la opción de ser escuchados en una comunidad de recuperación que se ha centrado principalmente en las preocupaciones y necesidades de las mujeres. Hay hombres en todo el mundo que quieren hablar de su alma, de lo que sienten y piensan profundamente. Pero necesitan un lugar seguro para abrirse, compartir y ser escuchados.
También es necesario educar a las familias, los proveedores de tratamiento, los administradores públicos y la población general en cómo los hombres pueden pensar y hablar de modo diferente sobre sus trastornos alimentarios. Necesitamos demostrar las diferencias y las semejanzas en cómo estos trastornos se desarrollan en todo el espectro de género. Por último, se necesitan más hombres alzando la voz y diciendo que la recuperación es posible.
Conclusión
La historia de Andrew puede ser en todo o en parte la historia de muchos hombres con TCA. Refleja la difícil y larga experiencia que tuvo que atravesar hasta conseguir recuperarse. Andrew, como Mario, son portavoces de aquellos hombres que sufren un TCA pero lo ocultan, callan, niegan o incluso desconocen. ¿Por qué? Por vergüenza, culpa, miedo, falta de información, carencia de recursos de tratamiento, o un poco de todo.
Si eres hombre o te identificas con el género masculino, queremos decirte: No estás solo, no es tu culpa, no eres raro y tu problema tiene solución. Sí, se puede ser hombre y sufrir un trastorno alimentario al mismo tiempo. Los trastornos alimentarios no tienen sexo ni género predeterminado.
Esperamos que sigas leyendo para empoderarte y que busques el tratamiento que necesitas y mereces para recuperarte.
Referencias
- APA (2013). Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders, Fifth Edition (DSM-V).
- Costin, C. (2007). The Eating Disorder Sourcebook, Third Edition. McGrawHill.
- Mitchison, D., & Mond, J. (2015). Epidemiology of eating disorders, eating disordered behaviour, and body image disturbance in males: A narrative review. Journal of Eating Disorders, 3(20).
- Mitchison, D., Hay, P., Slewa-Younan, S. et al. (2014). The changing demographic profile of eating disorder behaviors in the community. BMC Public Health 14, 943.
- Striegel-Moore, R. H., & Bulik, C. M. (2007). Risk factors for eating disorders. American Psychologist, 62(3), 181-198.